El Bajo Andarax es uno de esos espacios que uno puede abarcar desde una altura con la mirada, en los que inmediatamente se percibe la esencial originalidad del paisaje y su profunda comunión con el pasado. Esa unión del espacio y del tiempo, la necesaria verdad del trabajo de los hombres que se aprecia en señales propias y colores particulares, es la que le confiere valor y conocimiento. Es el pardo apagado o el violáceo pétreo, el verde codicioso, el ilimitado azul intenso o el blanco radiante. Es el río benefactor y amenazante. Es la labor callada y paciente del hombre. Es el contraste mitigado por la serenidad firme e incesante del tiempo.
El valle es una perspectiva mediterránea de montañas que miran al mar, de vegas feraces y montes descarnados. Un horizonte de culturas. Un vértigo de colores y sensaciones, evocación y emociones.
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